Viernes, 15 de Octubre de 2010

Visitar Stonehenge es acercarse al pasado remoto de Europa. Los orígenes de este crómlech (un monumento megalítico compuesto por piedras clavadas en el suelo de manera circular o elíptica) situado en el condado de Wiltshire, cerca de la localidad inglesa de Amesbury, se remontan a 3.000 a.C., cuando se iniciaron las excavaciones.
Son muchos los viajeros
que deciden llegar hasta este círculo megalítico que está abierto al
público todos los días del año (excepto en Navidad), con distintos
horarios según la época del año. La mejor época para visitarlo es el
verano, cuando permanece abierto entre las 9 y las 19 horas.
Los arqueólogos creen que Stonehenge formaba parte de un complejo
ceremonial más amplio. Cerca de aquí se halló un asentamiento de unas
mil casas que sólo se utilizaban unos pocos días al año.
Si algún turista
pretende llegar a Stonehenge para conocer su finalidad, perderá el
tiempo: aún no está claro para qué fue construido el monumento. Las
hipótesis hablan de un uso religioso, funerario u astronómico. Sobre este último punto, cabe destacar que, en el solsticio de verano, el sol atraviesa justo el eje de la construcción.
Tampoco se sabe con precisión quiénes construyeron Stonehenge. Los
romanos, los druidas, el mago Merlín o hasta alguna civilización
extraterrestre aparecen en distintas versiones como impulsores.
Stonehage, sin dudas, es un lugar de visita obligada para los amantes
de la historia y el misterio. Las piedras de unas 45 toneladas, por
ejemplo, fueron trasladas desde Marlborough Downs, a unos cuarenta kilómetros de distancia. Una tarea más que difícil hasta más de 4.000 años.
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